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Hoy se celebró la Ceremonia de Acción de Gracias, evento realizado desde el 2006 por un grupo de pastores evangélicos como parte de la agenda oficial de Fiestas Patrias. A lo largo de los años, esta actividad ha servido como la plataforma de presión política del conservadurismo evangélico sobre los gobiernos de turno. Hasta el año pasado la organización estuvo a cargo del Ministerio de Acción de Gracias, una coalición de pastores evangélicos conservadores dirigida por Miguel Bardales, tal vez el pastor más influyente sobre el liderazgo evangélico en este momento. Este año, la novedad fue que las dos instituciones representativas del mundo evangélico, CONEP y UNICEP, se han plegado al grupo de Bardales y se unieron al equipo organizador del también conocido como Te Deum evangélico. Así, a diferencia de las ocasiones pasadas, se podría decir que en esta ceremonia sí fue representativa del evangelicalismo institucional. 
El evento fue programado para las 7:30 am. Lo primero que me llamó la atención fue la desatención de la prensa. Salvo el Canal 7, el resto de los canales solo transmitió partes de la ceremonia o con interrupciones. Es notable la diferencia con la cobertura que recibe el Te Deum católico, que sí es transmitido íntegramente por todos los medios, incluso contando con comentaristas especializados. Así, a pesar de la aspiración evangélica de equiparar su poder simbólico con el católico, en la práctica sigue siendo visto con desdén por el establishment del país. Es llamativo, además, el desconocimiento de los medios de prensa sobre el evento, al cual casi todos los medios llamaron la “misa” evangélica. Es decir, hasta para nominar a lo evangélico utilizan categorías católicas.
A diferencia de ocasiones anteriores, fue notoria la poca presencia de las autoridades políticas. Faltaron varios ministros y la mayoría de congresistas. Tampoco estuvieron líderes políticos de la oposición, en particular Keiko Fujimori, una asidua asistente a estos eventos. Tal vez lo madrugador del horario la desanimó a levantarse temprano.
Esta vez la ceremonia no se celebró en uno de los grandes templos de la Alianza Cristiana y Misionera (ACM), como había ocurrido siempre. Más bien, se optó por hacerlo en el local de la Iglesia Camino de Vida en Lince, un excine convertido en santuario. Esto refleja, por cierto, ciertas movidas en el liderazgo evangélico, pues se sabe que Bardales, el hombre fuerte del evangelicalismo, propició un distanciamiento con la ACM, una denominación histórica e influyente, pero que no pertenece ni a UNICEP ni CONEP, y en la cual Julio Rosas mantiene cierta ascendencia. Al parecer, el liderazgo evangélico busca desmarcarse del extremismo del ala más radical del fundamentalismo. Bardales y los organizadores optaron entonces por Camino de Vida, una denominación de corte carismático, pero que bajo el liderazgo del pastor Robert Barriguer, ha moderado bastante su discurso, aun cuando sigue siendo conservador. Barriguer y Camino de Vida ejercen una gran influencia sobre UNICEP, la federación que agrupa a la mayoría de iglesias de línea carismática. Su presidente, Christian Scheelje, y su secretaria ejecutiva, Raquel Gago, pertenecen a Camino de Vida.
Otro aspecto que llamó la atención fue que el CONEP, la histórica federación que agrupa a las iglesias evangélicas más tradicionales del país, se sumó al grupo organizador. Según nuestras fuentes, un personaje clave para que esto ocurra fue Eduardo Concha, directivo del CONEP y pastor de la Iglesia Agua Viva, feudo religioso de Alda Lazo y Peter Hornung, y cuyo representante político es el congresista Juan Carlos Gonzáles. Aunque algunos miembros de CONEP no estuvieron de acuerdo con unirse al evento, finalmente la directiva, encabezada por el pastor Pedro Merino (presbiteriano) decidió hacerlo. No obstante, en la ceremonia evidenció el rol subordinado que juega ahora CONEP en las altas instancias institucionales evangélicas. Fue significativo cómo se distribuyeron los roles al final del servicio: el encargado de entregar la biblia al presidente Vizcarra fue Bardales, quien además lo acompañó como anfitrión principal hasta la salida; Scheelje le entregó la biblia a la vicepresidenta Araoz y Merino a Daniel Salaverry, presidente del Congreso. El CONEP parece haberse resignado a ser el socio menor en la coalición institucional evangélica hacia el Estado.
Sobre la ceremonia en sí misma hay algunas observaciones que resaltar. En primer lugar, el espacio no fue el más apropiado para el evento. A diferencia de los templos de la ACM, espaciosos y diseñados para el culto, el excine Country resultó pequeño e incómodo para un evento de esta categoría. La liturgia fue sencilla, típica de un servicio carismático: invocación inicial, cantos de alabanza en ritmos pop, lectura bíblica, sermón, oraciones y cierre. Aunque es respetable el estilo carismático, no logro entender cómo luego de tantos años de celebrar este evento, los organizadores aun no logren encontrar una fórmula litúrgica que refleje la riqueza de la tradición cultual evangélica ni las tradiciones culturales peruanas. Habiendo tantos himnos y cantos evangélicos, con ritmos y letras apropiadas para una ceremonia nacional, siempre optan por el estilo Hillsong: mucho ruido y poco contenido. A la vez, se extraña que no rescaten los cantos cristianos folklóricos, que resultarían significativos para un evento de este tipo.
El sermón, a cargo del pastor Patrón Contreras de las Asambleas de Dios del Perú, fue el típico de un predicador pentecostal: intenso y extenso. Esperaba algo mejor de alguien con una larga trayectoria pastoral y educacional. Contreras llegó a ser rector de la Universidad Hermilio Valdizán de Huánuco. Un pastor, que gusta lucir el título de doctor, pudo haber elaborado un discurso un poco más profundo. En su lugar, el sermón consistió en una avalancha inconexa de versículos bíblicos alternados con lemas y arengas religiosas, sin contextualización ni exégesis. Las analogías que planteó fueron realmente lamentables, como la de la Biblia con el cebiche. Me llamó la atención que no cuestionara directamente la agenda de género del Gobierno, aunque lanzó una propuesta estrambótica, típica del integrismo: “incluir en el Curriculo Nacional la Palabra de Dios”. Esto se reforzó en las oraciones de cierre, a cargo de un niño, una mujer y un pastor hombre, quienes incluyeron en sus plegarias los temas de la agenda conservadora: el “niño por nacer” y las mujeres “en su diseño original” (¿?).
No obstante, dio la impresión que los líderes evangélicos prefirieron evitar un ataque directo al Gobierno en relación con los temas valóricos y, más bien, reafirmaron su apoyo a las iniciativas planteadas por el presidente en su discurso ante el Congreso y prometieron sus oraciones por él y por el país. La ausencia de los Rosas les hizo bien.
Tal vez si hubieran enfocado los discursos en lo que dice la Palabra de Dios y la fe cristiana en relación con la corrupción, el evento habría sido más interesante y conectado con el rico legado histórico evangélico en el campo ético. Fue una oportunidad perdida, pues la coyuntura que vive el país lo ameritaba. Ojalá que, por el bien de los evangélicos, el próximo año sus organizadores utilicen mejor el simbolismo de este evento que ahora sí representa la voz institucional de la comunidad evangélica del Perú.
Pero nunca dejo de soñar que llegue el momento en que los Te Deums católico y evangélico sean reemplazados por una celebración ecuménica de oración por el país, en la que todas las voces de la fe estén representadas, sin imponer nada al Estado, sin discursos de odio, solo poniendo su espiritualidad al servicio de la justicia y el bien común.

Fuente: Juan Fonseca

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